De Pueblos Indígenas en Brasil
Foto: Priscila Faulhaber, 1982

Miranha

Autodenominación
¿Donde están? ¿Cuántos son?
AM 1685 (Siasi/Sesai, 2020)
Colombia 445 (Colômbia, 1988)
Familia linguística
Bora

El pueblo Miranha aparece, en la historia indígena, como una especie de anti-héroe. Considerados como “bárbaros” y “antropófagos” por los naturalistas, sus jefes fueron conocidos por vender a los blancos, prisioneros enemigos, miembros de hordas rivales, o inclusive a sus propios(as) hijos(as). El impacto de los frentes de los Estados nacionales del siglo XX, sin embargo, sometió a sus descendientes como grupos étnicamente estigmatizados.

Nombre y lengua

Porto dos Miranhas, rio Japurá. Imagem: Spix e Martius, século XIX.
Porto dos Miranhas, rio Japurá. Imagem: Spix e Martius, século XIX.

El término Miranha fue empleado en la sociedad colonial como un clasificador genérico, que englobaba tribus enemigas, cuyo lenguaje no era mutuamente comprensible.

La lengua Miranha es considerada una variante muy próxima de la lengua Borá, que hace parte de un conjunto de lenguas estrechamente emparentadas entre si, lo cual, a su vez, la integra a la familia a la cual pertenece la lengua Uitoto.

La lengua Miranha no es utilizada de modo corriente entre los Miranha brasileños, cuya comunicación es establecida en portugués, aunque se encuentren en el Brasil personas más viejas que todavía hablan esta lengua y sus descendientes. Ellos saben que existen en Colombia, grupos Miranha que mantienen la comunicación en la lengua nativa. En Brasil, alimentan un antiguo interés de intercambio con los Miranha colombianos, afirmando que desearían “traer de allá un profesor que pueda enseñar la lengua Miranha en la escuela”.

Sin embargo, como los conflictos fronterizos son constitutivos de las nacionalidades de “brasileño” y “colombiano” en el ámbito local, se acentúa el carácter de contraste de las identidades de “Miranha brasileño” y “Miranha colombiano”, creando dificultades para que este tipo de intercambio, que no es bien visto por la FUNAI (Fundación Nacional del Indio) y otros actores locales, se pueda concretar.  

Localización

La existencia de territorios indígenas Miranha fue reconocida por el Servicio de Protección a los Indios en el medio Solimões y Japurá desde las primeras décadas del siglo XX. La Tierra Indígena (TI) Méria (Municipio de Alvarães, en el medio Solimões, Amazonas) fue demarcada en 1929, por aquel organismo, con área de 585,49 ha y un perímetro de 12 Km. (siendo homologada apenas en 1993). La TI Miratu (Municipio de Uarini, en el medio Solimões, Amazonas) fue demarcada en 1982, por la FUNAI, con área de 13.198,78 ha con un perímetro de 48 Km. (homologada en 1991). La delimitación de la TI Cuiú-Cuiú (Municipio de Maraã, en Japurá, AM), que tiene un área de 38.310 ha y perímetro de 112 Km., fue oficialmente reconocida en 1998 y homologada en 2003, siendo sobrepuesta a la Reserva de Desarrollo Sostenible Amanã, contigua a la RDS Mamirauá.

La existencia de este pueblo preexiste a las fronteras nacionales, y, en los días de hoy, sus representantes viven no solamente en Brasil, sino también en Colombia, donde se registran cerca de 600 Miranha, 600 Bora y 1900 Uitoto. En Perú, viven cerca de 2.000 indios Bora y 1.000 Uitoto. Aunque los Miranha del Brasil y Colombia no estén en contacto directo, su proveniencia común los lleva a considerarse como un mismo pueblo.

Población

Las unidades poblacionales Miranha no son cerradas, y si redes sociales móviles, dentro de un proceso dinámico de interacciones. La demarcación de tierras no significó para este pueblo la fijación en un territorio aislado: ellos están insertados en el circuito rural-urbano, tanto en términos de sus “negocios” (venta de harina de yuca, castaña, frutas y pescado), como en la búsqueda de servicios, sobretodo, salud y educación.

Se registra en la TI Miratu una oscilación de población desde la década de 1980. En 1982, la TI Miratu registraba 282 residentes. En 1985, año de la demarcación, allí vivían 350 personas, disminuyendo, en 1989, a 262 personas. En febrero de 1999 fueron censados por la UNI-Tefé 290 personas en Miratu. La TI Mérita contaba en 1982 con 77 personas, decreciendo, según datos de la UNI- Tefé para la actual población de 26 personas. En parte esta disminución ocurrió por conflictos internos que implicaron en cisiones. Con relación a la TI Cuiú-Cuiú, se verificó lo contrario. En 1989, apenas tres de sus moradores se identificaban como Miranha. En 1998, la UNI-Tefé contó 150 personas, en 1999, 297 personas. Este crecimiento no puede ser entendido en términos de crecimiento vegetativo o por inmigración, y si por el hecho de que un número significativo de moradores asumieron la identidad Miranha, movilizándose organizadamente por la demarcación de las tierras del Cuiú-Cuiú y valorizando positivamente esta identidad étnica.

Según el censo de la UNI-Tefé, en febrero de 1999 los Miranha sumaban una población total de 613 personas. Este número subió para 836 en 2006 según la FUNASA (Fundación Nacional DE Salud)  

Histórico del contacto

Imagem: Spix e Martius, século XIX.
Imagem: Spix e Martius, século XIX.

La presencia Miranha comenzó a ser sistemáticamente observada por los viajeros naturalistas. En los relatos de estos viajeros, los tuxauas (jefes o “principales”) Miranha se hicieron conocidos por vender a los comerciantes de Tefé, esclavos de “tribus” enemigas y también a sus propios hijos. Los esclavos eran adquiridos para servir como mano de obra a las familias de Tefé, y las mujeres, en general, eran transformadas en concubinas. Los Miranha participaban así, de las relaciones mercantiles de la sociedad colonial, inclusive de la “venta de esclavos”, frecuentemente intercambiados por herramientas de trabajo.

Ellos, sin embargo, mantenían su territorio tradicional, visto como “tierra de nadie”, disputado por los Estados coloniales, como anotó Martins en el relato de su viaje de 1820 hasta la cascada de Araraquara, en el alto río Japurá, o Caquetá, en el actual territorio colombiano. Los Miranha que Martius allí encontró vivían en lo que parecía ser su hábitat tradicional hacía mucho tiempo. A los ojos del naturalista, las tribus próximas vivían en constante estado de guerra, y se marcaban con trazos distintivos, por los cuales se reconocían, al encontrarse solos o en bandos, en sus cazas. Según Martius, los Miranha desfiguraban el rostro abriendo las narices y enterrando cilindros de palo o conchas. Como resultado tenían como rasgo distintivo el alargamiento de las narices. El “trocano”, gran tambor tallado en un sólo tronco de madera, era utilizado como instrumento de comunicación a distancia.

El naturalista destacó su costumbre de comer a los enemigos muertos en guerra. Pero comenzaban a dar preferencia a la venta de los prisioneros, como le reveló un jefe conocido y temido, no sólo entre los Miranha, sino en toda el área, por su coraje de esclavizar a los enemigos tanto dentro de su propia tribu como en las vecinas y por la capacidad de negociarlos con los blancos. Su supremacía habría sido conquistada en este comercio con los blancos, que él controlaba en nombre de todos, y hacía valer entre los compañeros de su tribu.

Impactos del Caucho

Sobrevivientes de la expansión comercial, la explotación del caucho alcanzó duramente a los Miranha. Koch-Grunberg, al inicio del siglo XX, cuando visitó el Japurá y el Apoporis, describió las aldeas abandonadas por miedo a los colombianos, en las cuales se contaba que muchos Miranha habían sido muertos en su territorio tradicional, el río Cahuinari, en el divisor de aguas entre el Caquetá y el Putumayo; región disputada entre Colombia y Perú. La violencia y el terror se difundieron por el Amazonas. Muchos Miranha fueron transportados por el Japurá, hacia ríos como Purus, Juruá, Jutaí, para trabajar en la extracción del caucho.

El genocidio cometido por la Casa Arana, compañía de goma peruana, cuyos principales accionistas vivían en Inglaterra, fue largamente denunciado en la prensa de la época, y documentado por la etnología. Fueron registrados, también, actos de resistencia Miranha, los cuales pueden ser cotejados con su memoria social. El trayecto Miranha por el Japurá es recordado, en declaraciones de testimonios indígenas y sus descendientes, como una fuga de los ‘colombianos matadores de indios’. Según estudios colombianos actuales, la red de explotadores de mano de obra indígena atravesaba todo el campo político colombiano, siendo el propio presidente de Colombia, Rafael Reyes (1904-1909), acusado de “traición a la Patria” en un proceso criminal contra caucheros colombianos, que con él establecían conexiones y que habían “arrendado” territorio considerado colombiano a la compañía peruana. Operaciones mercantiles también envolvieron al Brasil, conforme se registró en documentos consulares depositados en el Archivo Histórico de Itamaraty, en Río de Janeiro.

Recaía sobre el gobierno brasileño la acusación de que era cómplice con el “tráfico” y el transporte clandestino de indios Miranha para el trabajo esclavo en las áreas de explotación de caucho brasileñas. A pesar de las denuncias en Colombia de la participación del gobierno brasileño en negocios oscuros, las relaciones diplomáticas de Perú y de Colombia con Brasil eran amistosas, sobretodo, por el acceso al Atlántico a través del río Amazonas, abierto a la navegación internacional desde 1873.

Primeras demarcaciones

En 1929, el SPI (XXXX) reconoció las tierras indígenas Méria y Miratu, y demarcó la primera. Este acto constituía un contra-discurso frente a las denuncias de que comerciantes “traficaban” esclavos Miranha, y a la demanda, por parte de colombianos, de su “repatriamento”. Los marcos de la frontera Brasil-Colombia fueron firmados en 1936, menos de una década después del reconocimiento de los territorios Miranha. El Estado brasileño demostraba reconocer los derechos de ciudadanía de aquellos que habían sido transportados para el territorio brasileño. En el río Japurá, citado frecuentemente como pasaje para negocios no regularizados, el estado de Amazonas se limitaba a subvencionar una línea regular de navegación a vapor hasta el puerto de Jubará, que era el punto final del comercio legalizado.

Últimas fiestas

Las fiestas del pasado, que supuestamente duraban días y noches consecutivos, fueron descritas por los naturalistas con tintes horripilantes. Desde el punto de vista de la “civilización”, considerada como grado máximo a ser conquistada, eran despreciados los hábitos “salvajes”: los “juegos” picantes por el gozo desmedido de la sensualidad, las demostraciones de la fuerza guerrera y de desafío por parte del jefe y del grupo, transformado en un solo cuerpo por la danza, las  canciones desfilando nombres de animales feroces. También fueron registrados, por los que conocieron a los “antiguos/’, el hábito de las reuniones periódicas para discutir guerra, caza y negocios, como también el uso del “trocano” y del “lambe-tabaco”, una pasta preparada con tabaco que circulaba entre los hombres reunidos, que la lamían para sellar una alianza o una decisión. Hoy, los más viejos recuerdan las danzas y las fiestas con nostalgia, como un tiempo en que vivían sin miedo y sin vergüenza del estigma asociado a su nombre. Ven a los antepasados como “otros”, y dan sus razones por haber atenuado las antiguas costumbres, que sin embargo, son mantenidas vivas en la memoria y transmitidas de los más viejos para los más jóvenes.

Como de  modo general el indio era considerado inferior y constantemente engañado, los Miranha mandaban a sus hijos a aprender la “lengua del blanco”, porque creían que así no serían más engañados. Con el pasar del tiempo, las sucesivas generaciones fueron olvidando la lengua indígena y dejando de practicar las antiguas fiestas. Hoy guardan viva la memoria de los conflictos, manteniendo con orgullo lo que fue conquistado por ellos. Actualmente, el hecho de ser ciudadanos brasileños no les impide avivar las fronteras étnico-territoriales, que les garantizan el acceso a la tierra y el derecho a ser reconocidos como diferentes.   

La formación de las tierras Miranha

Foto: Priscila Faulhaber, 1982
Foto: Priscila Faulhaber, 1982

Las tierras indígenas Miranha están localizadas en las márgenes de lagos de aguas oscuras, cuya vegetación, el araparizal (árboles de ‘araparis’), cubierto durante las inundaciones, protege sus dominios de la entrada de intrusos indeseados. Las actuales “aldeas” Miranha consisten en conjuntos de agrupamientos residenciales a la “orilla” de los lagos e igarapés (brazo estrecho o canal de río, característico de la cuenca amazónica que corre entre la selva), que no difieren mucho de otros agrupamientos vecinos no reconocidamente indígenas. Como estos, los Miranha viven en palafitos, conforme a la costumbre regional.

Afirman los Miranha de Solimões que sus tierras fueron formadas, desde el inicio, en áreas donde vivían indios de distintas “naciones” indígenas. Recibieron el nombre de Miranha, pero allí vivían individuos de diferentes procedencias étnicas, que huían del “trabajo forzado” de las ciudades, destacándose, entre otros, los Issé y los Maku.

En un segundo momento, las tierras Miranha fueron habitadas por fugitivos de la explotación cauchera, forzados a dejar su territorio tradicional en busca de mejores condiciones de vida. No eran únicamente Miranha, también Uitoto, Carapanã y otros. A pesar de esto, comenzaron a recibir el nombre Miranha, tanto por el hecho de ser característico de la etnia históricamente preponderante, como por el hecho de que sus principales jefes eran denominados de esa forma, entre los cuales, los Trovão, Manoel Alfredo, Mariano y Gregorio Monteiro se destacan. Gregorio Monteiro era llamado de “el paisano” por haber sido retirado cuando niño de su suelo tradicional y de la convivencia con los parientes inmediatos, y criado en el trabajo del caucho entre los peruanos. Desplazándose para el Japurá, vivió inicialmente en Cuiú-Cuiú, y posteriormente en Miratu.

En la localidad de Jubará, en el río Japurá, todavía existe un antiguo barracón, que fue residencia de los patrones y la sede de una “factoría”, en la cual los intermediarios Miranha negociaban. El territorio Miranha, la actual Tierra Indígenea (TI) Cuiú-Cuiú, se formó en la tierra contigua, donde vivían estos intermediarios y sus familiares, protegidos y dependientes. En los días de hoy, no existen relaciones de explotación entre los blancos del Jubará y los Miranha del Cuiú-Cuiú, pues tanto unos como otros dependen de los ‘regatões’ (figuras famosas en las regiones del caucho provenientes del oriente próximo. Vendedores ambulantes en embarcaciones llenas de mercancías), que los integran a la red de explotación y mercantilización de los productos de extracción.

Los más viejos cuentan que existen senderos, o sea, caminos en medio de la floresta, entre el Miratu y la Méria, recorridos a pié desde los primeros tiempos de la formación de estas tierras indígenas. Los Miranha de Solimões se desplazaban por estos caminos para participar de reuniones, fiestas y disputas contra agentes externos, por la defensa y garantía de sus territorios, cuyos vecinos fueron forzados a respetar. Aunque los Miranha establecieran relaciones comerciales con los blancos, éstas fueron intermediadas por los representantes del SPI y por los propios indios.

Es muy común, sin embargo, entre ellos la aspiración de tener una casa en los núcleos urbanos vecinos: Tefé, Alvarães o Uarini. La tendencia a la urbanización de los indios, no resulta necesariamente en la ruptura con los territorios indígenas. A pesar de la casa en la ciudad, continúan haciendo plantaciones en la tierra indígena y desarrollan relaciones de intercambio con los parientes y afines que viven allá, hospedando a los niños que llegan al bachillerato y necesitan estudiar en la ciudad. En Tefé, se encuentran fácilmente individuos que se reconocen como Miranha con parientes en Miratu, Méria, y otras comunidades no reconocidamente indígenas, como la “comunidad” Perseverança.

Los Miranha que viven en las ciudades frecuentemente se refieren a Miratu y Méria como “mi aldea”, pues comercializan con los Miranha que habitan allí, y “mi propiedad”, argumentando derechos sobre los plantíos y florestas que dicen todavía poseer en aquellas áreas. Dicen también que tienen plantaciones en otras áreas rurales próximas a Tefé, lo que genera conflictos cuando aparecen otros que también se dicen “dueños”. En la misma red de relaciones, individuos que se reconocen como emparentados de los Miranha afirman ser descendientes Maku, Uitoto y Mura, diciendo que prefirieron la vida en la ciudad a enfrentar los conflictos y el penoso trabajo en la agricultura.

Organización indígena

La organización social de las tierras Miranha, en los días de hoy, fue estructurada en términos de un mando que viene actuando en la mediación entre los intereses del grupo y los intereses exógenos, como los comerciantes locales y extra-locales y representantes de la sociedad nacional. El jefe, conocido como “taxaua” (terminología de la sociedad regional) o “capitán” (terminología de la actual política indigenista), es elegido por los miembros del grupo y ejerce poder, siéndole atribuidos papeles de dominación, como “mandón” y “patrón”. Su margen de actuación como mandatario de agencias externas es limitada por la participación política interna al grupo, que lo destituye en caso que no satisfaga los intereses de sus miembros. Tiene, así, una cierta autonomía frente a la FUNAI, a la Pastoral Indigenista y a la propia Unión de las Naciones Indígenas, organismo que representa a los pueblos indígenas de la región polarizada por la ciudad de Tefé.

El mando actúa en el sentido de la constitución de formas de organización comunitaria, que se distingue de otras asociaciones comunitarias no indígenas locales. La figura de “comunidad indígena”, escrita en la Constitución del 88 como sujeto de acción jurídica, le confiere una virtualidad político-organizacional de la cual las otras asociaciones locales parecen desprovistas. Esta virtualidad, sin embargo, está sujeta a las circunstancias y motivaciones particulares que llevan o no a la movilización étnica. 

El movimiento indígena en Tefé fue revitalizado inicialmente con la organización de asambleas indígenas. Así, el I Encuentro de Tuxauas del Medio Solimões fue realizado en Miratu durante la Semana del Indio de 1979, con el apoyo de la Pastoral Indigenista de la Prelazia (tipo de circunscripción eclesiástica creada para atender las necesidades en un territorio) de Tefé y la participación, además de los Miranha de Solimões, de los Mayorúna, Cambeba, Caixana, Ticuna, Canamari, Kulina y otros. A partir de entonces, comenzó a hacerse notar la movilización Miranha. Uno de sus principales líderes, Lino Pereira Cordeiro, tenía movilidad en el medio sindical en Manaos, y se tornó públicamente conocido después de un pronunciamiento sobre alianzas entre indios y no-indios sindicalizados, dirigido al Papa en su visita a Manaos en 1980. En ese mismo año, fue elegido tuxaua de Miratu y participó en encuentros nacionales de líderes indígenas. Fue escogido como secretario general de la Unión de las Naciones Indígenas, en 1981, en São Paulo, en una reunión que contó con 73 participantes de 32 pueblos. Jefes tradicionales, en una asamblea indígena realizada en Aquidauana, MS, cuestionaron la representatividad de esta reunión. La directiva elegida en São Paulo promovió, en 1982, con el apoyo de entidades indigenistas, el I Encuentro de los Pueblos Indígenas del Brasil, realizada en Brasilia entre 7 y 9 de junio de 1982, en el cual fue constituida una comisión representativa de los pueblos indígenas del Brasil, en la cual el Miranha, Lino Pereira Cordeiro continuó desempeñando el papel de secretario general.  Por sus frecuentes estadías en Brasilia, su representatividad comenzó a ser cuestionada en el Miratu. Al retornar a la aldea, dejó de ser jefe y se distanció de las organizaciones indígenas a nivel nacional y regional. Pasados más de veinte años, todavía es solicitado por los Miranha del Miratu para resolver problemas de interés local, aunque no ejerza más el papel de jefe. Actualmente, actúa en una asociación de productores rurales del municipio de Uarini.

Si los Miranha fueron durante mucho tiempo –al menos en los siglos XIX y XX – los indios más conocidos del medio Solimões, actualmente su importancia es relativizada, considerando la movilización de representantes de otras etnias que se han organizado políticamente y cuyos derechos territoriales fueron reconocidos por la FUNAI y por otros representantes de la sociedad brasileña y del movimiento indígena.

A pesar de no integrar actualmente la directoria de la UNI-Tefé, los Miranha participan también, a través de representantes elegidos, de otras organizaciones que superan la escala regional, como la AMINS (Asociación de Mujeres Indígenas del Medio Solimões), la COPIAR (Comisión de Profesores Indígenas del Amazonas, Roraima y Acre), la CAPOIB (Comisión de Articulación de los Pueblos y Organizaciones Indígenas del Brasil) y la COIAB (Coordinadora de Organizaciones Indígenas del Amazonas Brasileño).

Los pueblos indígenas representados en la UNI-Tefé realizan viajes de articulación bimensuales, asambleas bianuales por el Medio Solimões y Japura, y asambleas generales bi-anuales. Parecen, con todo, no pretender circunscribir su territorialidad a los circuitos rurales del interior, donde son subordinados mediante relaciones desiguales de sujeción- dominación, pero si optar por la búsqueda de canales políticos e institucionales de participación, actuando en la política sindical y en la Cámara de Concejales de Alvarães, habiendo sus representantes participado de la elaboración de la Ley Orgánica de los Municipios de Tefé y Alvarães.

Los Miranha del bajo Japurá, que hasta entonces mantenían contacto con los Miranha, Cambeba y Mayorúna del Solimões, pero que no declaraban su identidad, comenzaron a integrar, a partir de 1991, juntamente con los Canamari, la Comisión Indígena del Japurá, articulada a la UNI-Tefé, como entidad autónoma.

Con sus crisis de representatividad, los Miranha, que ya habían tomado en otro momento la delantera en el movimiento indígena en el medio Solimões, después de la demarcación de sus tierras, se distanciaron, con todo, de las discusiones en torno de la constitución de la organización indígena. Su historia no puede dejar de ser vista, como un significativo ejemplo de lucha por los derechos de ciudadanía de un pueblo marcado por el estigma de la alteridad, a pesar del reconocimiento de su nacionalidad brasileña y del discurso de construcción nacional materializado en prácticas locales de la política indigenista oficial. Así fue instituido su lugar social. No obstante, el reconocimiento de su singularidad y la garantía de sus derechos básicos están lejos de ser concretados.

Nota sobre las fuentes

Este pueblo se volvió conocido en la historia de la etnología del Amazonas primeramente en los relatos de los naturalistas viajeros, como Martins y Bates, y del etnólogo Koch-Grünberg (1910). El registro histórico de su desterritorialización por la Casa Arana, en el Putumayo (documentado por Casement y Hardenburg, en 1912) y posterior reterritorialización en los países fronterizos, como Brasil, está en las fuentes depositadas en el Archivo Histórico de Itamaraty. El genocidio y el clima de terror implantados en el Putumayo en el auge del período del caucho son temas recientemente retomados en los trabajos de Michel Taussing. Los Miranha son frecuentemente citados en los textos del misionero y etnólogo Tastevin, que exploró la región al inicio del siglo XX. Recientemente, la importancia de los Miranha para la historia indígena en Brasil fue destacada por Arnaud (1974) y, en el Caquetá, estudiada por americanistas europeos (destacándose Guyot) y colombianos (Pineda Camacho). Desde 1981, Priscila Faulhaber se viene dedicando al estudio de los problemas relacionados a este pueblo, tema de su disertación de maestría y uno de los focos de su tesis de doctorado, ambas publicadas (1987 y 1998), elaborando trabajos antropológicos tanto de carácter teórico, como destinados a una divulgación más amplia.

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