La escritura y la autoría fortaleciendo la identidad
Por Daniel Munduruku, del grupo étnico Munduruku.
Uno de los recuerdos más agradables que tengo de mi infancia es el de mi abuelo enseñándome a leer. Pero no a leer las palabras de los libros y, si, las señales de la naturaleza; señales que están presentes en la selva y que son necesarias de conocer para poder sobrevivir en ella. Mi abuelo se acostaba sobre la hierba y comenzaba a enseñarnos el alfabeto de la naturaleza: apuntaba hacia el cielo y nos contaba lo que el vuelo de los pájaros nos informaba.
Otras veces insistía en enseñarnos lo que nos comunicaba el camino de las hormigas. Y el nos lo enseñaba con mucha paciencia, con la seguridad de que esa información nos estaba siendo útil para nuestra vida adulta. Poco a poco fui percibiendo que eso era una manera natural de aprendizaje y que todo era real. Aún cuando nos hablaba de los misterios de la naturaleza, de las cosas que mi cabeza juvenil no comprendía; sentía que ese hombre viejo sabía exactamente lo que nos estaba enseñando. Lo hacía contándonos las historias de los orígenes, de las estrellas, del fuego, de los ríos… El siempre nos recordaba que, para ser conocedor de los misterios del mundo, era necesario escuchar la voz cariñosa de la madre tierra, el suave murmullo de los ríos, la antigua sabiduría del hermano fuego y la voz chismosa del viento, que traía noticias de lugares distantes.
Y así crecí. Y ya grande comencé a percibir que la enseñanza que el viejo abuelo nos dejaba, realmente nos estaba ayudando a vivir los peligro de la selva. De esta forma, podía leer lo que la naturaleza estaba sintiendo y lo que nos estaba diciendo. ¿Cosas del futuro? La naturaleza nos las contaba. ¿Cosas del presente? La naturaleza nos las contaba. ¿Muertes? ¿Peleas? ¿Caminos malos? La naturaleza estaba allí para contárnoslo.
Hoy, pensando en aquel tiempo, siento que la sabiduría de los pueblos indígenas está más allá de la comprensión de los hombres y mujeres de la ciudad. No sólo por el hecho de que constituyen sociedades diferentes, sino porque también los primeros han desarrollado una lectura del mundo que nunca tuvo necesidad de la palabra escrita, dado que entienden que el propio mundo desarrolla un código que debe ser comprendido. Y sólo los alfabetizados en este lenguaje son capaces de realizar esta lectura.
A pesar de haber crecido en la ciudad, frecuentado la escuela formal desde pequeño y tener un relativo dominio de los códigos urbanos, algo siempre me alertó en el sentido de no dejar que los códigos de la selva mueran dentro mío. Este alerta siempre aparecía en las horas en las cuales las dudas o las dificultades se hacían más presentes. Era como una voz que me recordaba el motivo por el cual había aceptado viajar a la ciudad y vivir en ella, aun habiendo abandonado la vida aldeana. Este alfabeto que la naturaleza se empeña en mantener vivo, esta escritura invisible a los ojos y al corazón del hombre y de la mujer urbanos han mantenido a las poblaciones indígenas vivas en nuestro país. Esta escritura fantástica ha fortalecido personas, pueblos y movimientos dado que trae consigo una lectura del mundo conocido… Trae también todos los mundos: el de los espíritus, el de los seres de la selva, el de los seres encantados, el de los desencantados. Es una escritura que va más allá de la comprensión humana, porque ella es portada dentro del hombre y de la mujer indígena. Y en este mundo interno, el misterio ocurre con toda fuerza y energía.
La lógica del dominador
No es necesario recordar que la lógica de quien domina es totalmente diferente de aquella mencionada anteriormente. El humano occidental creció para dominar la naturaleza como algo externo a el. De esta manera, el ignoró la escritura de la naturaleza en el intento de apropiarse de ella. Desvalorizó las otras formas de lectura y de escritura del mundo e impuso sus propias miradas y métodos científicos haciéndonos creer que su escritura era más perfecta que aquella infinitamente más antigua. Estas miradas que los europeos trajeron para aquí revelaron que sus intereses estaban por encima de la real intención de encontrarse con nuestros antepasados. Ellos no tuvieron consideración por nuestras miradas y de inmediato mostraron sus verdaderas intenciones de dominio, de riqueza fácil. En aras de eso no tuvieron pudores en querer encarcelar a nuestros abuelos, robarles los conocimientos tradicionales e intentar quitarnos nuestra manera de escribir nuestra propia historia escrita. Quisieron robarnos –y en muchos casos lo consiguieron- nuestra alma colocando en su lugar un espíritu que nunca fue nuestro. ¿Qué fue lo que ellos colocaron en su lugar? Necesidades que no eran las nuestras, voluntades que no teníamos, deseos que no deseábamos, odios que no sentíamos, bienes que no nos pertenecían, pensamientos que no pensábamos. Fueron plantando en el corazón de nuestros antepasados un deseo de no Ser.
Dominar la escritura del Pariwat
Si existió la intención de quebrar nuestro espíritu modificándolo por el europeo, también persistió –y aún persiste- una nueva tentativa de sacrificar nuestra escritura tradicional, nuestra propia mirada con la de otra que posee una lógica cruel que le quita su carácter y que empobrece a nuestra gente. Hablo de la escuela tal como ella existe hoy en los medios urbanos. Hablo de la lógica de la diferencia que se ha presentado en los discursos políticos en los últimos quince años y que sirvió, de cierta forma, para reafirmar nuestra condición de sub seres humanos en la prosopopeya lingüística de los discursos etno-pedagógicos de los pariwat.
En estos discursos, aparecen siempre las realizaciones de los gobiernos en relación a la educación indígena como algo nuevo, que acarrea la idea del “pensamiento” de los representantes nativos. Está claro que no se pueden negar los avances que se produjeron así como la creciente preocupación en el sentido de intentar organizar un contenido que produjese una educación realmente diferenciada e inclusiva. Pero… ¿qué significa esto? ¿Cuáles son los efectos que este accionar ha causado en las cabezas de nuestros jóvenes? ¿Cómo han reaccionado los pueblos a semejante llamado?
La respuesta no es simple aunque me atrevo a decir que las pedagogías inclusivas no pasan de ser remiendos en el intento de solucionar el “problema” indígena, dado que ellas destacan todavía más la real ausencia de una real comprensión del pueblo indígena y sus verdaderas necesidades. Más aún: ellas muestran la ausencia de un pensamiento en términos gubernamentales en relación al tratamiento que estos grupos étnicos deben tener. O sea, revelan que el gobierno no tiene competencia para definir lo que el mismo piensa en relación a los indígenas. ¿O habrá ocurrido en algún momento que alguien del gobierno ya se manifestó tomando una posición inequívoca sobre sus intenciones políticas en relación a los indígenas? ¿Cómo saber cuáles son las intenciones políticas oficiales sobre los nativos? En realidad, lo que viene ocurriendo son una serie de justificaciones pedagógicas de tipo inclusivistas (la diversidad en la universidad), o paliativas (programas estatales de magisterios indígenas) e inclusive neoliberales (la conformación de técnicos para abastecer el mercado). ¿Qué propósito persigue todo esto? ¿Serían muy diferentes los proyectos mencionados de los proyectos de “inclusión” que implementaban los militares en su política de incorporación a la sociedad brasileña?
No importa cuál sea la respuesta a esta pregunta y, si importa, lo que vemos que ocurre en la práctica y que no respeta el camino de la memoria y de la tradición indígena en su sentido más amplio. Basta recordar, para ello, que el dominio de la escritura pariwat está justificado por la necesidad de leer la realidad brasileña que, a priori, no es parte del imaginario indígena. De tal forma que, desde mi punto de vista, se fue creando una necesidad en los jóvenes nativos de aprender conceptos y teorías que no caben en el pensar holístico y circular de sus pueblos. Esta agresión al sistema mental indígena, fruto de una historia de la cual no somos culpables -pero sobre la cual tenemos responsabilidad-, se termina perpetuando en las nuevas políticas inclusivistas llevadas a la práctica por los gobiernos en las tres esferas.
Conclusión: nuestros jóvenes se ven obligados a aceptar como inevitable la necesidad de leer y de escribir códigos ajenos, los cuales preferirían no aprender, siendo no les es otorgado el derecho a rehusar bajo la amenaza de ser acusados de pereza o desinterés hacia la “buena voluntad” de los gobiernos y gobernantes.
Fortaleciendo la autoría
De cualquier manera, entiendo que existe una preocupación práctica en los diferentes programas de educación indígena esparcidos por el Brasil, sean ellos operados por las esferas gubernamentales o no gubernamentales. Muchos de esos programas se han originado en el principio de que es preciso fortalecer la autoría como una forma de fortalecer también la identidad étnica de los pueblos que son partícipes. Esto es muy positivo si las personas entienden que la autoría, aquí definida, significa que esos pueblos tengan la posibilidad, en un futuro próximo, crear su propia pedagogía, su modo único de transitar el universo de las letras y de la alfabetización. Sólo de esta manera puedo imaginar que valga realmente la pena el esfuerzo de los que se abocan a recorrer este camino. Si estos grupos, de hecho creen que están llevando a las personas hacia la autonomía intelectual y abriendo espacio en la sociedad para la libre expresión de este pensamiento, entonces ellos estarán, realmente, fortaleciendo la autoría y presentando un camino nuevo para las manifestaciones culturales, artísticas, políticas, lúdicas y religiosas de nuestros pueblos indígenas. En caso contrario, estarán llevando a nuestra gente hacia el mismo pozo en que el pensamiento cuadrado occidental se mantuvo y, en ese caso, estarán siendo más nocivos que el régimen dictatorial que anhelaba exterminar las identidades transformándolas en una única identidad nacional brasileña.